domingo, octubre 05, 2014

"Orgasmo"

Estabas recostada en tu cama con los ojos vendados, 
y mis manos recorrían lentamente todo tu cuerpo,
apretando y arrugando la seda de tu camisón,
que poco a poco iba destapando esos senos,
tan apetecibles como tus carnosos labios.

La luna nos miraba atraves de la ventana,
y bañaba caprichosamente tu blanca piel
y en la oscuridad de nuestra habitación,
tu cuerpo transformaba tus contorsiones
en ese agitado juego del amor y el placer
en un mágico y maravilloso sueño de luces y sombras.

Mi corazón no hacía más que volar
como un caballo desbocado,
y sin entender lo que me pasaba,
pero tu necesidad de sentir se volvió imperiosa.

Comencé a besarte, lamerte,
cuando comence a jugar con tu
sexo ardiente y mojado...
Y destilaba un aroma; a tierra mojada,
de esos días lluviosos,
a la hierba recién regada,
a cultivo de flores, en plena primavera.

Abristes las piernas y tus jugos brillaron como finos ríos de plata
ante el resplandor de la luna;
ríos que iban a morir a un mar
que me imaginaba dulce y tormentoso
agitado por las olas de mis dedos que se hundían en él
inquietos y desesperados,
como buscando ese tesoro oculto.

Y el tesoro fue encontrado.
Pude sentirlo cuando la escuché gemir
y jadear y retorcerse
con la desesperación de un naufrago condenado a muerte,
mientras tu cuerpo se estremecía  con espasmos
de ese improvisado barco
que hice naufragar en sus profundidades,
buscando en  los confines de tu ser.

Y después de la tormenta, siempre llega la calma.
Las olas llegan a buen puerto
y con ella, los despojos a la orilla.
Te dejaste volar, solo unos segundos,
exhalando un largo y suave suspiro de placer
y, con la satisfacción dibujada en tus ojos...


La Recepción (http://webs.ono.com)

La esposa de un diplomático tenía que asistir a una importante recepción en el
Palacio del Elíseo y se lamentaba de no tener un sombrero adecuado a su nuevo vestido.
Acudió al mejor modista de París y la atendió una de las dependientas, que le mostró los mejores sombreros del lujoso establecimiento. Pero ninguno encajaba con el gusto de la señora.
Desengañada, preguntó por el creador, artista de la boutique, quien, saliendo amablemente, se interesó por la calidad, el color y las características del vestido que la señora iba a lucir en la fiesta.
Debidamente informado por la dama, desplegó un gran trozo de amplia cinta de seda. Hizo un hermoso lazo y lo sujetó, adaptándolo a la cabeza de la señora, quien, muy satisfecha, exclamó:
- Éste es el sombrero que yo deseaba. Muy bien. ¿Cuánto le debo?
- Son tres mil francos, madame.
La reacción de la señora, al parecerle el precio muy alto, fue inmediata:
- Pero ¿cómo? ¿Tres mil francos por un trozo de cinta?
El artista, imperturbable, deshizo el sombrero que había creado y, envolviendo delicadamente el tejido utilizado, con la mejor de sus sonrisas se le ofreció a la dama diciendo:
- Madame. El trozo de cinta de seda es gratis.
Esta anécdota nos puede hacer reflexionar sobre nuestra propia personalidad. Cada uno de nosotros, en su contextura, como persona física, cuerpo, ojos, manos, etc., es algo así como un trozo de cinta de seda.
Lo importante no es la tela, en la que todos somos más o menos iguales. Lo importante es la habilidad en convertir nuestra persona en una deseada prenda de vestir, en algo útil a los demás. Y ahí está el arte particular de cada uno.

Frase del día (05-10-2014)

Dicen que nuestra vida toma un minuto para conocer a una persona, unos dias para aprecialo, unos meses para amarlo pero una vida eterna para olvidarlo.
Nuevamente comencé a escribirte con la idea de hacerte una carta de amor, algo así muy dulce, romántico; pero ya sabes que estas cosas no se me dan tan bien como pretendo y mas cuando ni puedo ordenar mis ideas de una manera coherente cuando se trata de mis sentimientos hacia ti.
Quiero decirte sin adornos ni preámbulos que siempre te he querido en el más amplio significado que esas dos palabras puedan alcanzar, pero solo el destini hizo que nunca pudimos estar juntos, te fuistes demasiado rápido y dejastes un corazón frio para la eternidad