Estabas recostada en tu cama con los ojos vendados,
y mis manos recorrían lentamente todo tu cuerpo,
apretando y arrugando la seda de tu camisón,
que poco a poco iba destapando esos senos,
tan apetecibles como tus carnosos labios.
La luna nos miraba atraves de la ventana,
y bañaba caprichosamente tu blanca piel
y en la oscuridad de nuestra habitación,
tu cuerpo transformaba tus contorsiones
en ese agitado juego del amor y el placer
en un mágico y maravilloso sueño de luces y sombras.
Mi corazón no hacía más que volar
como un caballo desbocado,
y sin entender lo que me pasaba,
pero tu necesidad de sentir se volvió imperiosa.
Comencé a besarte, lamerte,
cuando comence a jugar con tu
sexo ardiente y mojado...
Y destilaba un aroma; a tierra mojada,
de esos días lluviosos,
a la hierba recién regada,
a cultivo de flores, en plena primavera.
Abristes las piernas y tus jugos brillaron como finos ríos de plata
ante el resplandor de la luna;
ríos que iban a morir a un mar
que me imaginaba dulce y tormentoso
agitado por las olas de mis dedos que se hundían en él
inquietos y desesperados,
como buscando ese tesoro oculto.
Y el tesoro fue encontrado.
Pude sentirlo cuando la escuché gemir
y jadear y retorcerse
con la desesperación de un naufrago condenado a muerte,
mientras tu cuerpo se estremecía con espasmos
de ese improvisado barco
que hice naufragar en sus profundidades,
buscando en los confines de tu ser.
Y después de la tormenta, siempre llega la calma.
Las olas llegan a buen puerto
y con ella, los despojos a la orilla.
Te dejaste volar, solo unos segundos,
exhalando un largo y suave suspiro de placer
y, con la satisfacción dibujada en tus ojos...
y mis manos recorrían lentamente todo tu cuerpo,
apretando y arrugando la seda de tu camisón,
que poco a poco iba destapando esos senos,
tan apetecibles como tus carnosos labios.
La luna nos miraba atraves de la ventana,
y bañaba caprichosamente tu blanca piel
y en la oscuridad de nuestra habitación,
tu cuerpo transformaba tus contorsiones
en ese agitado juego del amor y el placer
en un mágico y maravilloso sueño de luces y sombras.
Mi corazón no hacía más que volar
como un caballo desbocado,
y sin entender lo que me pasaba,
pero tu necesidad de sentir se volvió imperiosa.
Comencé a besarte, lamerte,
cuando comence a jugar con tu
sexo ardiente y mojado...
Y destilaba un aroma; a tierra mojada,
de esos días lluviosos,
a la hierba recién regada,
a cultivo de flores, en plena primavera.
Abristes las piernas y tus jugos brillaron como finos ríos de plata
ante el resplandor de la luna;
ríos que iban a morir a un mar
que me imaginaba dulce y tormentoso
agitado por las olas de mis dedos que se hundían en él
inquietos y desesperados,
como buscando ese tesoro oculto.
Y el tesoro fue encontrado.
Pude sentirlo cuando la escuché gemir
y jadear y retorcerse
con la desesperación de un naufrago condenado a muerte,
mientras tu cuerpo se estremecía con espasmos
de ese improvisado barco
que hice naufragar en sus profundidades,
buscando en los confines de tu ser.
Y después de la tormenta, siempre llega la calma.
Las olas llegan a buen puerto
y con ella, los despojos a la orilla.
Te dejaste volar, solo unos segundos,
exhalando un largo y suave suspiro de placer
y, con la satisfacción dibujada en tus ojos...